El torrente de palabras viene de la entraña y se derrama sobre el teclado lujurioso que vuelve letras el repiquetear incesante de los dedos.
viernes, 17 de abril de 2015
viernes, 3 de abril de 2015
DIARIO ANTERIOR
Invierno de 1966
Por la mañana muy temprano mi madre recoge hierba buena para
limpiar las entrañas de un cerdo.
El agua hierve.
Tengo miedo, el hombre del cuchillo me mira y hace un gesto. Tiene
las manos con sangre y deja un charco que lentamente se coagula.
El cerdo cuelga de una viga, sus patas rozan el suelo. Dos
palos atravesados en el vientre muestran un vacío. El corazón ya no está.
Mi padre me contiene dentro de la casa pero no puede evitar que
sienta la muerte flotando.
Tras el cristal, ella (mi madre) cubierta con un delantal de
margaritas me mira y sonríe. Con sus manos hundidas en agua sanguinolenta me
parece una reina.
Usa un lenguaje-canción para hablarle a su pequeña mariposa.
Verano de 1970
Mi padre labra la tierra con su azada, yo juego a esconder
semillas, mi madre las moja con versos de agua y reímos hermana, reímos bajo el
sol que nos ciega.
Ella acomoda mi cabello pero los risos rebeldes como animalillos
negros escapan.
Mis manos buscan tesoros en los surcos que abren; algún trébol, un
diamante olvidado por los duendes o pequeños trozos de luna que ojos miopes no
pueden ver.
Recostada en una orilla me duermo con el pan carcomido entre los
dedos.
Rin, nuestro perro cansado duerme también.
Es menguante y hay música en el aire.
Que bello recuerdo, aun siento el olor a húmedo, el palpitar de
las semillas y la dicha de esas manos francas.
Otoño de 1996
¡Que oscuro se ha vuelto mi cuerpo!
Soy un ángel medio ciego
¡Ay corazón! Ya no amas, no sueñas, no ríes. Tu fanal tan lleno de
luciérnagas no alumbra
¡Tierra, recibe mi cansancio!
¿Quién te corta las alas colibrí? ¿Quién te vuelve cobarde?
Amiga, se seca mi sangre, mi puño, mi voz. Ya no queda humedad.
Las madrugadas llegan cargadas de pesar.
He aprendido a ocultar los pensamientos hasta de mis ojos.
Quise encender la lámpara en mi noche y con el corazón de niña
acercarme a dios, pero mi espíritu atrapado por algún genio maléfico se
descomponía y la comisura de mis labios solo entregaba muecas.
Primavera del 2005
A los cuarenta y cuatro años la belleza anido en mi reflejo y se llenó
de gorjeos el corazón
¡Un niño! ¡Un niño!
Con algo de mi sangre, con algo de mi carne.
La tibieza de su abrazo alegrara estos ojos enigmáticos.
Cuando pensé que la felicidad era todo lo que había vivido (o
perdido) vino a mí.
El peso de las sienes se aligera y nueva savia circula por las
venas.
Voy a plantar violetas -me dije- para celebrar
la vida y ensayar sonrisas y preparar el pecho de mujer solitaria para acunarlo.
¡Un niño! ¡Un niño!
Vendrá a desordenar los sueños con su mano regordeta y
pondrá sonrisas cuando los años me descascaren y la juventud solo sea un
recuerdo sin sabor.
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