Escribo desde la cicatriz que
dejó la historia
desde antaño cabalgo sin alas
porque los ángeles son hombres
porque Dios es hombre
robó mi divinidad.
Desde la marca que dejó el
ayer
le hablo a la de voz profunda
que quiere gritar
después de centurias de
silencios.
Queremos perfección
eliminar las líneas que nacen
en el rostro
el paso del tiempo en el
vientre.
Nos ofrecen resultados
inmediatos
y olvidamos los surcos de
nuestra historia
las quemaduras allá en Salem.
Han sido días muy largos
somos miles las que esperamos
una intervención quirúrgica
que nos devuelva sangre y
honor.
En sus pequeñas habitaciones
nos llamaron impías
herejes.
Desde el púlpito
levantando el cetro de poder
nos mutilaron.
Desfiguradas yacemos
apenas alumbradas por una luz
mortecina.
En la noche de los orígenes
el verbo ya no fue.
Fuimos preferidas por la
naturaleza
dotadas de sabiduría.
Aberración
tanto poder no debía
permitirse.
En su afán por anularnos
cocieron nuestros labios
con el hilo de sus ideas
dejaron fisuras para
alimentarnos de vacío.
De tanto padecer
empezamos a soñar con manjares
filosóficos.
Nos han intervenido
maquillado el cuerpo
infringido nuevas marcas
pero necesitamos agujas muy
gruesas
que traspasen las capas de vida
y regeneren el alma.
Ahora miro mis cicatrices
desnudas
me cansan
tiendo la mano
trato de aferrarme a un
territorio conocido
quizás a otra cicatriz.
Este cuerpo, tan mal
interpretado
donde se han escrito historias
se sintoniza a un lenguaje
misterioso.
La suave línea aterciopelada
que une el ombligo al pubis
la alegre sutura que atraviesa
el vientre
los pezones curtidos.
La pronunciación del cuerpo es
una bendición.
La obsesión por las formas
desaparece
las texturas se vuelven
perfectas.
Este nuevo dolor que se
escribe en la carne
es voluntario.
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